THE IRON LADY/ LA DAMA DE HIERRO
Una de las escenas de la película que me llevó a
reflexionar, fue su respuesta de llanto inconsolable ante la propuesta de
matrimonio de su novio (en realidad no estoy segura si esto fue real o
solamente parte del drama de la película) a quien le advirtió que ella no sería
una mujer que estaría fregando platos, ni cuidando la casa ni atendiendo los
hijos, que necesitarían alguien que se ocupara de esos quehaceres.
En la medida que transcurrían los días luego de ver
la película, cuando pensaba en esa escena me preguntaba si su llanto no se debía a
que en el fondo de su corazón sabia cual era su rol como esposa y madre (según
Tito 2:4-5: amar
a sus maridos y a sus hijos… cuidadosas de su casa…) pero
no estaba dispuesta a desempeñarlo, pues, ella se había decidido por su
carrera.
De manera similar, sucede con nosotras, cuando
nuestras voluntades rebeldes no se quieren doblegar delante de la Voluntad Suprema;
recordemos que Santiago 4:17 nos advierte “al que sabe hacer lo bueno y no lo
hace, le es pecado”.
Otra escena impactante es cuando sus hijos gemelos
están rogándole que no los deje y ella sube el vidrio del vehículo, se pinta
los labios y se aleja… dejando a sus hijos gritando que por favor no se fuera
que se quedara con ellos. Cuando le hacemos esto a nuestros hijos, no solamente
cerramos el vidrio sino sus corazones. Vale la pena aclarar que su esposo era
un próspero hombre de negocios de la clase media alta; es decir, ella no tenía
necesidad de sacrificar su familia (aunque en realidad nunca se justifica tal
sacrificio).
En esas
paradojas de la vida –o, consecuencias de nuestro pecado?-, la carrera por la
cual sacrificó a su familia no pudo concluirla ya que fue presionada a
renunciar sin completar su último periodo ni re-postularse para el próximo. En
una entrevista que le hicieran posteriormente, ella dijo que si tuviera la oportunidad de vivir
nuevamente, no seguiría esa carrera por el daño que provoca en la familia; en
otra ocasión, dijo que ser Primer Ministro es un trabajo donde te encuentras
muy sola; que solamente por el apoyo de su esposo no experimentó mayor soledad.
Aparentemente
una de sus inquietudes luego de haber concluido su carrera, ha sido
precisamente que el esposo la hizo feliz pero ella no sabe si él lo fue; pues,
ella vivió para si misma. En un libro publicado por su hija, hay algunas
críticas veladas sobre la ausencia de sus padres en el hogar; los hijos estaban
al cuidado de las nanas o en colegios internos; la hija hace referencia a que
le preguntaba a su madre porqué no podía ser como las demás madres de sus
amigos, a lo que Margaret Thatcher respondió que ella –su hija- disfrutaba ciertos
privilegios, debido precisamente a ese trabajo, mientras que los demás niños,
no.
Que creativo
–o engañoso lo llama Jeremías 17:9- es nuestro corazón!!; cuántas excusas
buscamos para justificar nuestras decisiones egoístas? De esa manera, su madre
pudo obtener sus triunfos, llegar a ocupar una posición donde no había llegado
ninguna otra mujer británica…
...y hoy está sola, muy sola; los periódicos londinenses se hacen eco de que
sus hijos y nietos apenas la visitan; de que las últimas dos navidades no han
estado con ella –y cuando reseñan el estilo de vida de ellos, deja mucho que
desear-. El precio que se paga para dedicar tiempo a la familia, es
incomparablemente menor al que debe pagarse cuando la misma ha quedado
destruida.
Lamentablemente, cuando los años han enmohecido a
la “dama de hierro”… no la vemos como aquella “bienaventurada” mujer del libro
de Proverbios, siendo valorada, respetada, rodeada de los hijos a quienes un día
ella dedicó sus mejores esfuerzos. H estado orando por ella y por sus hijos por una intervencion divina que traiga sanidad a sus vidas.
Y, nosotras, tendremos el privilegio de estar
rodeadas de nuestros hijos que nos llamen “bienaventuradas”? Quiera Dios que todavia estemos a tiempo, de venir delante de El en arrepentimiento y encontrar Su Gracia.
0 comentarios:
Publicar un comentario