Su hija bienaventurada

“Bienaventurado el que Tú escogieres y atrajeres a Ti,
para que habite en Tus atrios; seremos saciados del bien de Tu casa, de Tu santo templo”
Salmo 65:4
Entre los casos que mas disfruto como abogada se encuentran los procesos de adopción; recuerdo un momento en que me trasladé junto a una colega y los padres adoptantes al centro donde éstos conocerían al pequeño que iban a adoptar; fue un momento tan emotivo que mi colega y yo olvidamos toda norma de comportamiento con los clientes y no pudimos evitar que las lágrimas corrieran por nuestros ojos (a ella se le notaba mas que a mi, pues, es blanca y rubia –se puso como un tomate-).
En estos procesos –por lo menos en nuestro país- los padres definen el sexo y edad, así como otras condiciones, respecto del niño que desean adoptar; también se les da la opción de decidir si aceptan al niño que se les asigne.  De alguna manera, podría entenderse que ellos “escogen” al niño que luego llevarán a su casa para formar parte de su familia.  Junto con mi colega fui testigo del cambio extraordinario que experimentó este niño –quien al inicio se la pasaba con el ceño fruncido y al concluir el proceso –unos meses después- parecía una “mañana de pascua” (como dice el refrán), su rostro se había transformado por el amor que había recibido en ese poco espacio de tiempo.

Si el amor de unos padres terrenales –pecadores e imperfectos- es capaz de transformar un corazón entristecido haciendo a un niño reír a carcajadas, cuánto no es capaz de hacer en nosotros el amor del Buen Padre Celestial!!

Eso es precisamente lo que dice el salmista en el versículo de hoy: que somos bienaventuradas porque Él nos ha escogido y atraído hacia Si mismo para que habitemos en Su Casa –refiriéndose tanto (i) a Su Presencia con nosotros, como a (ii) ser parte de Su Familia, de Su Pueblo- donde saciará nuestra alma; es decir, nos dará plenitud, satisfacción y propósito; al igual que el pequeño quien me referí antes, El cambiará nuestro lamento en baile (Salmo 30:11).

No solamente nos eligió, sino que nos atrajo hacia El…nos hizo cercanas (Efesios 2:13). Él no es un Padre ausente; por el contrario, ha prometido no dejarnos ni desampararnos (Hebreos 13:5).

“Mirad cuan amor nos ha dado el Padre para ser llamadas hij[a]s de Dios!!  Dice el apóstol Juan en  el capitulo 3:1 de su 1ª carta; pero alguna vez te has preguntado: cuándo nos dio el Padre ese amor? Cuándo nos eligió? Cuando nos atrajo hacia El?

La respuesta la encontramos en (i) Efesios 2:4 “…según nos escogió en El [Cristo] antes de la fundación del mundo; y en (ii) Juan 3:16 “porque de tal manera amo Dios al mundo que HA DADO a Su Hijo Unigénito para que todo aquel que en El cree, no se pierda mas tenga vida eterna”

Para que nosotras fuéramos elegidas, Jesús tuvo que experimentar el “rechazo” del Padre (cuando Jesús cargó con nuestros pecados, el Padre debido a Su Santidad se aparto de El); para que nosotras fuéramos atraídas/hechas cercanas al Padre, Jesús tuvo que ser alejado (por eso clamó: “Dios mio, Dios mio; porque me has desamparado?”).

Con el fin de que nosotras, pecadoras fuéramos hechas “bienaventuradas” (o sea bendecidas) -al creer en el sacrificio de Jesús en la cruz para perdonar nuestros pecados- Jesús tuvo que hacerse maldición  (Gálatas 3:13). Jesús es la fuente de nuestra bienaventuranza.
Oración: Señor perdóname porque no he apreciado todo lo que entregaste para bendecirme. Gracias por adoptarme como Tu hija; abre mis ojos en la medida en que leo Efesios 1 para ver “cuan amor me has dado” y permiteme contar mis bienaventuranzas. 

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